viernes, 29 de mayo de 2015

Breve Historia de los Ajustes al Calendario Romano-Cristiano






A mediados del siglo XVI no había en todo el orbe cristiano problema científico más debatido que la reforma del calendario. Esta cuestión derivaba de un interés estrictamente religioso, pues de lo que se trataba era de regular y unificar la celebración de la fiesta de la Pascua. Para ello se necesitaba primero establecer una medida astronómica «exacta» de la duración del día y del año, más que la del mes,aunque también esta magnitud resultara un elemento no desdeñable de la configuración de un calendario perfecto.

En esa época el debate sobre la duración del año se veía mediatizado tanto por la inexactitud de los aparatos mecánicos usados para tal fin, como por las diferentes formas de cómputo (en función de regiones y costumbres). En aquellos momentos el calendario romano era el medio más generalizado en Occidente para contabilizar el paso del tiempo. Este calendario había ido variando a lo largo de los siglos. En él originariamente el año era la sucesión de diez meses (de marzo a diciembre)2; de 29 y 30 días alternadamente; comenzaba el primer día de marzo («calendas») y cada mes se inauguraba con la Luna nueva, lapso de tiempo difícil de precisar en la Antigüedad debido a que, en ese momento, este satélite no es visible. El inicio del año que resultaba de este cómputo, más corto que el actual, iba adelantándose en relación con las estaciones, siendo responsabilidad de los sacerdotes la decisión de intercalar meses adicionales cuando intereses no siempre computacionales lo aconsejaban. En el 450 a. C. el calendario de Numa Pompilius estableció el año en 12 meses, poniendo los dos nuevos meses («ianuarius», dedicado a Jano y «februarius», de «februare», purificación) antes de marzo para que el año empezara en invierno en contra de lo que era costumbre de los antiguos que era que el año empezara en primavera, al parecer porque desde el solsticio de invierno el Sol vuelve a subir en nuestro hemisferio y los días empiezan a crecer. El nuevo año tenía 355 días, duración del año aún 11 días más corto que el ritmo natural de las estaciones, de manera que al cabo de tres años el invierno ya no empezaba a principios de enero, sino de febrero. Para compensar estos días de exceso del año solar respecto del lunar se mandó una intercalación después de febrero mediante la cual se asegurara que el invierno siempre empezara a principios de enero, pero distribuyó los días de un modo particular: un año sí y otro no, se intercalaba un mes decimotercero de 22 o 23 días alternativamente, llamado «Mercedinus» o «mensis intercalaris».

Un paso decisivo de este proceso acomodaticio se debió, como sabemos, a Julio César, quien, asesorado por el astrónomo alejandrino Sosígenes, en el año 46 a. C. decidió que los romanos utilizaran un calendario solar siguiendo el ejemplo de los egipcios, estableciéndose el año civil de 365 días en 12 meses. Aun así, había una diferencia de un cuarto de día entre este año civil de 365 días y el año solar de 365 días y 6 horas que, según sus cálculos, gastaba el Sol en dar una vuelta completa a la Tierra, de manera que cada cuatro años el año civil de 365 días empezaba un día antes que el año solar; para compensarlo estableció que hubiese un año intercalar de 366 días cada cuatro años, llamado bisiesto3, en el que se añadía un día al mes de febrero. En este calendario no se tocó la correspondencia que había entre el principio del año, el principio del invierno, y la luna nueva que siguió aquel año al solsticio de invierno4.

Este calendario juliano era el vigente en el imperio romano cuando se produjo el nacimiento de Cristo, pero tras su Pasión y muerte los cristianos quisieron conmemorar este hecho anualmente en las fechas que los evangelios señalaban. Esto es, el día 14 del mes de Nisan5, que era el primer mes del calendario judío, al comienzo de la primavera, y cuando la Luna estaba llena. Consecuentemente, los papas sucesivos se vieron conminados a resolver el problema computacional de determinar la Pascua situando una fecha móvil lunar en un calendario solar.

Tras el desconcierto inicial por la imprecisión en el cómputo, en el concilio de Nicea6 (año 325 d. C.), a instancias del emperador Constantino, se acordó que las fiestas eclesiásticas se celebraran en un mismo día común para toda la cristiandad. El día elegido fue el domingo de Resurrección, el cual debía celebrarse el domingo posterior al primer plenilunio tras el equinoccio de primavera, excepto si este coincidiera con la Pascua judía, en cuyo caso se celebraría al siguiente, estableciéndose en el mismo concilio que el 21 de marzo fuera siempre la fecha del calendario para el equinoccio eclesiástico (aunque no coincide exactamente con el equinoccio astronómico).

Otras complicaciones se debieron a las costumbres. A lo largo de la Edad Media hubo diferentes modos de proceder que, dependiendo del lugar y el momento, marcaban el comienzo del año en festividades religiosas diferentes, como la Navidad (inicio del año el 25 de diciembre), la Encarnación (nueve meses antes, el 25 de marzo) o la Pascua (en una fecha variable), estableciéndose diferentes calendarios según estas prácticas. Un ejemplo de este hecho es que, en la época del Renacimiento, en Roma las bulas se fechaban de acuerdo con un año que daba comienzo el 25 de marzo y las cartas papales lo hacían en función de otro que empezaba el 25 de diciembre. Fue precisamente en el siglo xvI cuando se generalizó la celebración del comienzo del año el día 1 de enero, fecha que ya había sido instituida oficialmente por Numa entre los romanos, aunque como vemos no había sido un criterio seguido por todos.

En tiempos del concilio de Nicea se creía que el año era de 365d, 5h 55’, por lo que haciendo el año de 365 días y 6 horas había un error de solo 4’ 5’’, así que se supuso que el equinoccio, que caía entonces a 21 de marzo, siempre caería el mismo día, y que el efecto de esos 4’ de diferencia con el tiempo se remediaría. De este modo los Padres de la Iglesia garantizaban que la Pascua se festejara siempre en primavera, con una oscilación que va desde el 22 de marzo, como fecha más temprana, al 25 de abril, como fecha más tardía, ambos días inclusive7; y a su vez se aseguraron la separación de la Pascua cristiana y la judía. A pesar de este esfuerzo, los convocados al concilio de Nicea tenían que saber que sus decretos pascuales representaban una solución provisional debido al lento adelanto de las estaciones a través de los siglos contando el tiempo mediante el calendario romano.

Pero la verdadera duración del año era 11 minutos menos de lo previsto en el calendario juliano, de modo que el equinoccio real caía once minutos antes de lo que se pensaba, y en tiempo de Gregorio xIII los 11 minutos habían ocasionado un adelanto de diez días, de modo que cayó a 11 de marzo, es decir, 10 días antes del día 21 que era el instituido por el concilio de Nicea. Para que el día 21 de marzo se hallase siempre inmediato al verdadero equinoccio hubiera sido preciso desechar tres días cada 400 años, situación que preocupaba a la Iglesia católica porque afectaba a la fijación de la Pascua y del resto de las fiesta móviles.

La dificultad del calendario cristiano residía en que se debían conjugar tres periodos diferentes de tiempo no relacionados entre sí: el año, la lunación y la semana (porque ha de ser en domingo la Pascua), y esto tenía que hacerse mediante una regla numérica independiente de la observación astronómica. A lo largo de los siglos hubo diversos intentos de solución, todos insatisfactorios, hasta que finalmente el papa Gregorio XIII logró imponer la reforma en 1582 mediante la bula Inter Gravissimas. Partiendo del calendario niceno, la comisión nombrada al efecto que estaba presidida por Christopher Clavius se basó en el proyecto presentado por Aloisius Lilius, aunque al parecer fue presentada al Sumo Pontífice por su hermano, que tenía una clarísima influencia (cuando no copia) de la propuesta enviada por la Universidad de Salamanca en respuesta a la consulta emanada del v concilio de Letrán, en 1515. Las bases de esta reforma fueron presentadas posteriormente por Clavius en su obra Romani Calendarii a Gregorio XIII Restituti Explicatio (1603). 

Ana Maria Carabias.

Notas 

2
Martius Aprilis
Maius Junius Quintilis

Por Marte, el dios de la guerra
Por la diosa Afrodita o por la palabra aperire (abrir) Por la diosa Maia
Por el dios Juno
El quinto mes
Sextus 
September October November December
El sexto mes
El séptimo mes El octavo mes  El noveno mes El décimo mes


3 La intercalación se hacía el 24 de febrero, cuya denominación romana era «sexto kalendas martii», y porque aquel año se computaba dos veces el día 24, una vez el mismo día intercalar y otra vez el siguiente, a ese año se le llamó «bisexto kalendas martii».

4 Bails, Benito. Elementos de matemáticas. Madrid: Joaquin Ibarra, Impresor, 1775, tomo vIII, p. 206.

5 La Pascua era la fiesta más solemne de los hebreos y se celebraba a mediados de marzo (14 del mes de Nisán) en memoria de la libertad del cautiverio de Egipto; después conmemoró la Pasión de Jesucristo. Marca el nacimiento del pueblo de Israel en su salida de Egipto, relatada en el libro del Éxodo. Pascua (Pésaj) significa «paso», el paso de la esclavitud a la libertad. En el calendario hebreo el primer día del mes coincide con el primer indicio de la Luna creciente y el día 14 corresponde a la noche de la Luna llena. Así pues, la celebración de la Pascua comenzaba para los judíos a la puesta del sol del día de la Luna llena de su primer mes del año: el 14 de Nisán. Empezaban esta conmemoración con la cena pascual (Séder) y se extendía a lo largo de siete días siguiendo con la tradición del consumo de pan ácimo (pan sin levadura). La «última Cena» es pues la celebración del Séder durante el Pesaj judío.

6 Actual Iznick, Turquía. 


7 La Pascua de Resurrección no puede ser antes del 22 de marzo (en caso de que el 21 y el plenilunio cayesen en sábado) y tampoco puede ser más tarde del 25 de abril; suponiendo que el 21 de marzo fuese el día siguiente al plenilunio, habría que esperar una lunación completa (29 días) para llegar al siguiente plenilunio, que sería el 18 de abril, el cual, si cayese en domingo, desplazaría la Pascua una semana para evitar la coincidencia con la celebración de la pascua judía, quedando fijada entonces el 25 de abril (18 + 7).